Los dominicos en Querétaro
Una predicación itinerante
Aunque desde su llegada los dominicos concentraron su labor apostólica hacia las regiones de los valles de México y Morelos, y por puebla hacia la Mixteca, Oaxaca y Chiapas, su paso por Querétaro data desde muy antiguo, quizá desde mediados del siglo XVI. Al inicio del último tercio de ese siglo fray Domingo de Salazar, después obispo de Manila, difundirá por la región queretana el rezo del Rosario, en su predicación itinerante que llegará hasta Zacatecas.
Un dominico queretano
Sin lugar a dudas el más renombrado de los dominicos queretanos es fray Antonio de Monroy e Hijar, nacido en esta Ciudad en 1634. Hijo del convento de Santo Domingo de México, donde profesó en 1655, fue lector de Teología en el Estudio del convento de Santo Domingo, Rector y Regente de Estudios en el Colegio de Santo Domingo de Porta Coeli y Catedrático de Santo Tomás en la Real y Pontificia Universidad de la Capital Novohispana. Elegido Maestro de la Orden en 1677, la gobernó hasta 1686 en que presentado para el arzobispado de Compostela en España, pasó a su sede, donde permaneció hasta su muerte en 1715.
Reseña histórica del antiguo convento de San Pedro y San Pablo de Querétaro
Ante la necesidad de la evangelización y pacificación de la Sierra Gorda de Querétaro, a petición de Carlos II, fray Felipe Galindo fundó a partir de 1687 ocho misiones en aquella conflictiva región, enclavadas de tal manera, que su radio de acción se extendía por toda la Sierra: Nuestra Señora de los Dolores de Zimapán, Nuestra Señora del Rosario de la Nopalera, San José del Llano (Vizarrón), Nuestro Padre Santo Domingo de Soriano, Nuestra Señora de Guadalupe de Ahuacatlán, San Miguel de la Cruz Milagrosa de las Palmas, Puginguía y Santa Rosa de Xichú.
Al poco tiempo, el padre Galindo fue hecho obispo de la Nueva Galicia (Guadalajara) y, en su lugar quedó fray Luis de Guzmán, con quien las misiones llegaron a su máximo esplendor. Junto a ellos, una pléyade de misioneros regaron las simiente del Evangelio en la región serrana de Querétaro: fray Agustín Trejo, fray Juan Félix de la Sierra, fray José Navarro, y fray Esteban Mendoza, son tan sólo los primeros que llegaron.
Por desgracia, las mezquindades y miserias humanas hicieron que los misioneros hubieran de replegarse relativamente pronto. En 1714 la misión de la Nopalera desapareció arrasada por la soldadesca, debido a las presiones de los hacendados que veían afectados sus intereses; otras, como Puginguía y Zimapán, sucumbieron ante los levantamientos indígenas; otras más, como Soriano y Ahuacatlán, fueron secularizadas a mediados del siglo XVII, y la última, San Miguel las Palmas, se sostuvo hasta que en azaroso siglo XIX mexicano, falleció en ella el último dominico, al parecer fray Vicente Velázquez, ya en el último cuarto de siglo, sin que fuera posible su reposición.
El Convento de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo de Querétaro
Ante la creación de las Misiones de la Sierra Gorda, se hizo patente la necesidad de la fundación de otros conventos de apoyo a la labor misional de la zona. Así nacieron los conventos del Santísimo Redentor de San Juan del Río y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo de Querétaro, con la finalidad de ser el punto de partida y enfermería de los misioneros serranos.
El convento de Querétaro, por su parte, cuya construcción se realizó, con la ayuda del Br. D. Juan Caballero y Ocio, insigne bienhechor de Querétaro, entre 1687 y 1697, pronto se transformó en un bastión de vital importancia para las propias misiones, consagrándose su iglesia conventual en 1700, en la que predicó el sermón inaugural fray Margil de Jesús.
Aceptado como convento formal en 1693, con la finalidad de apoyar el trabajo de los misioneros, fue la mayor parte del tiempo sede del Vicario Provincial de la Sierra Gorda, enfermería y, a partir de 1705, Colegio de misioneros donde impartían las Artes, entendidas como los estudios de Filosofía, -con estudios reconocidos para grado en la Real y Pontificia Universidad de México-, y las lenguas, lo mismo la latina, que las indígenas, dirigidas específicamente a la formación de los misioneros. A la par, una escuela de oficios para los indígenas, los preparaba para volver a sus comunidades como fuerte apoyo de los misioneros.
La orientación del Convento hacia la Sierra, hizo que conservara, aun en su estructura y ornamentación, una austera sobriedad que contrasta con la magnificencia de las construcciones religiosas y civiles de su tiempo; atractiva, sin embargo por otras prendas en tal manera, que insignes queretanos tomaron el hábito dominico: fray Antonio García Navarro, fray José María Servín de la Mora, fray Ignacio Velasco y el sanjuanense fray Francisco de la Parra, maestros todos en Sagrada Teología, y provinciales, todos ellos también, de la Provincia de Santiago de México.
El arribo del liberalismo mexicano, trajo consigo la implantación de las Leyes de Reforma (1859), cuya aplicación cercenó de tajo la posibilidad de la reestructuración de una presencia ya menguada por las constantes guerras desde la independencia. Pronto el viejo Convento fue seccionado y vendido en su mayor parte, y el resto convertido en cuartel, que pasó de bando a bando en la Guerra de Reforma, primero y, en la Guerra de la Intervención Francesa, después, tiempo este último en que la iglesia perdió sus retablos y sus dos órganos barrocos durante la estancia del ejército Imperial (octubre de 1866).
En 1875, los restos del convento fueron adquiridos por los padres franciscanos, que limpiaron el lugar y reabrieron la iglesia, siendo temporalmente administrada por los hijos de san Francisco, cuyo templo había sido a la sazón transformado en Catedral. Lo entregaron en 1904 a los dominicos que comenzaron su restauración bajo la advocación de Nuestro Padre Santo Domingo.
Apenas diez años más tarde los embates de la Revolución Mexicana expulsaron nuevamente a los frailes y el convento se transformó en vecindad hasta su recuperación en 1926, nuevamente cercenado. 1938 marcó una nueva salida de los dominicos de Querétaro, que obligados por las circunstancias, para poder recuperar el convento de Santo Domingo de Oaxaca, depositaron en el Obispo de Querétaro su viejo convento, sede entonces de las oficinas del obispado queretano, tiempo en que tuvo el convento su última mutilación; hasta 1949 en que definitivamente volvieron para establecer en él la Escuela Apostólica en 1950.
Tras años de constante trabajo, el viejo convento de Santo Domingo de Querétaro es la sede del Instituto Dominicano de Investigaciones Históricas, con la misión, no sólo de resguardar el Archivo y Biblioteca de la Provincia de Santiago de México, sino de hurgar la historia de aquellos que a lo largo del tiempo en nuestra Patria lucharon por permanecer fieles en la fe, y cuyos nombres están inscritos en el Libro de la Vida.